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Documento de aporte

Inicio del debate sobre capitalismo digital

Tecnología ¿para quién?

Sin lugar a duda, se encuentra en marcha una profunda revolución tecnológica de gran importancia económica, social y política. La “cuarta revolución industrial” parte del mismo punto que la tercera revolución digital, pero se diferencia de ésta en cuanto a la velocidad innovadora, su alcance y la aún mayor interrelación entre varias tecnologías. De forma similar al discurso sobre la globalización en los años 1990, el discurso sobre la digitalización representa al mismo tiempo realidad, promesas y amenazas. Para algunos la digitalización se convierte en la clave para todo lo que aún hay que solucionar en las economías y sociedades, otros elevan el desarrollo tecnológico al rango de un poder fáctico contra el que nada se puede hacer y que no es controlable. Pero el significado político y social de la conexión en redes digitales, de las factorías inteligentes, de la externalización de tareas (crowdwork) o de los big data depende de cómo se utilice la tecnología. La tecnología no es una fuerza autónoma sino son personas las que la desarrollan y emplean. Puede consolidar la supremacía y maximización de beneficios o facilitar el trabajo, la vida y la participación de las personas. Entonces se plantea la pregunta de quién dispone de tecnología y qué visión desarrollamos para un aprovechamiento democrático y emancipativo de la tecnología.

 

Digitalización y justicia

La introducción de nuevas tecnologías siempre ha sido ambivalente, y no se debe ignorar la otra cara del progreso tecnológico. La misma queda patente en la automatización de trabajos (rutinarios), el agravamiento de desigualdades, la vigilancia omnipresente, la protección de datos y la violación de la privacidad. Tres cuartas partes de la población mundial cuentan en la actualidad con acceso a las modernas tecnologías de la comunicación. Hay más hogares que disponen de teléfonos móviles que de agua potable limpia y electricidad. En el plazo de pocos años, el smartphone seguramente se habrá convertido en un producto universal de la humanidad – el primero de la industria tecnológica. Pero precisamente los últimos 30 años de desarrollo económico han generado ambos aspectos: un enorme impulso tecnológico y una desigualdad extrema. El abismo digital tanto dentro como entre sociedades sigue siendo grande. Y las tecnologías de hoy en día pueden acarrearnos otros efectos de distribución problemáticos: con la destrucción masiva de trabajos rutinarios como consecuencia de la automatización, sobre todo en los países industriales y emergentes, con la intensificación de la desigualdad entre personas de alto y bajo nivel de capacitación o el auge de una “economía de superestrellas” en la que algunas personas individuales dominan mercados completos. Las cuestiones de la tecnología y la justicia, por lo tanto, están fuertemente interconectadas: ¿Cómo se distribuyen los beneficios del aumento de la eficiencia? ¿Quién tiene acceso a la tecnología? ¿Qué necesidades y las necesidades de quién se satisfacen por medio de la tecnología? Y ¿quién tiene facultades para decidir sobre ello? La tecnología puede consolidar la supremacía y maximización de beneficios o facilitar el trabajo, la vida y la participación de las personas. La tecnología no es buena o mala, ofrece posibilidades. Cómo se utilicen depende de nosotros.

 

Capitalismo digital

De forma aún más profunda que la revolución industrial, que durante décadas se ha extendido también a la agricultura, los servicios, el comercio, la cultura y el estilo de vida de muchas personas, la digitalización cambiará también las economías y la sociedad mucho más allá del sector de la información. Los sistemas digitales ya forman parte integrante de casi todos los ámbitos de la economía política, de la sociedad y de las relaciones sociales entre los ciudadanos. Capitalismo digital significa que el intercambio de informaciones digitales a través de redes de datos se convierte en el centro de la actividad económica y social. Los datos se convierten en la mercancía más importante, y el world wide web es la metaestructura de la economía digital. El Internet es la columna vertebral de todos los servicios en la economía de las redes. Trátese de leer noticias, escuchar música, ver películas, comunicar: el Internet resulta fundamental, no solo para el funcionamiento de la economía en su conjunto sino también de la vida individual porque se convierte cada vez más en el equivalente por antonomasia de la participación en la vida social. El capitalismo digital es importante tanto para los productores como para los consumidores.

Lo que necesitamos en consecuencia es un conocimiento más profundo de los aspectos de la infraestructura, ideología y tecnología del capitalismo digital y sus formas económicas predominantes. ¿Cómo actúa y cómo impone las innovaciones tecnológicas? ¿Cómo prosperará la economía capitalista en la era de la información digital? Si el capitalismo se convierte en una “sociedad de costo marginal cero [“zero marginal cost society“ (Jeremy Rifkin)], ¿tendremos que pagar pronto por nuestros tweets (Jaron Lanier) o debe volverse a desmantelar el Internet (Evgeny Morozov)?

 

Plataformas

Partiendo del cambio digital se desarrolla también un nuevo orden económico digital, el capitalismo de plataformas, en el que las plataformas, que funcionan como intermediarios, reúnen oferta y demanda en el mercado. Controlan el acceso a bienes y los procesos del modelo de negocio de cada caso. Estos “intermediarios” tienden a dominar el mercado con el fin de establecer y controlar los estándares del sector y escenificar cada transacción económica como subasta – también en cuanto a los costos del trabajo. En estas plataformas, sin embargo, el algoritmo mismo, pero sobre todo el público, los clientes y usuarios– que no reciben remuneración alguna por ello – son los que más trabajan. Google ha sido el precursor y en la actualidad existe una serie de empresas que ganan mucho dinero con la intermediación en una plataforma: Airbnb, el principal proveedor de pernoctaciones, no tiene inmuebles en propiedad; Alibaba, el mayorista con más volumen de venta del mundo, no cuenta con existencias propias de mercancías; los proveedores más grandes del mundo de servicios telefónicos, WeChat, WhatsApp, no cuentan con infraestructura propia para las telecomunicaciones; Society One, el banco con mayor crecimiento del mundo, no cuenta con fondos líquidos, etc.

Las plataformas por sí solas no producen nada, representan únicamente un lugar de encuentro virtual. Su único activo son datos y algoritmos. Se financian a través de tasas, publicidad o los datos de los usuarios. Gracias al efecto de la red alcanzan pronto una posición de monopolio. A menudo poseen efectos disruptivos para los sectores existentes porque atienden de forma rápida y económica un mercado privado mucho más amplio o crean este mercado como uno nuevo. Muchas veces acceden a territorios desconocidos y, por lo tanto, exentos de regulación, estableciendo así sus propios estándares o esquivan normas legales existentes. Relaciones laborales precapitalistas son la consecuencia, p. ej., en la intermediación de viajes privados, como en el caso de Uber, o la intermediación de micro-empleos en plataformas de trabajo con un clic, como Amazon Mechanical Turk. Sistemas de valoración, que por su parte son alimentados por los mismos usuarios de la plataforma, sustituyen estándares y reglas, distintivos de calidad estatales, el derecho laboral o normas para la construcción.

 

Oligarquía digital

El ganador se lo lleva todo: ocho mil millones de búsquedas por día, en algunos países hasta el 90% de todas las consultas. Google es el gran guardián del acceso a las informaciones y opera en la mayor parte del mundo como un monopolio. Es un caso típico de la economía digital. La tendencia hacia la creación de monopolios le es intrínseca. Y estos se percibe también a nivel económico. Según un estudio actual, alrededor del 70 por ciento del volumen de ventas de unos 300 mil millones de dólares generado últimamente por todas las empresas de Internet estadounidenses cotizadas en bolsa se concentra en tan solo cinco empresas. Nada menos que el 57 por ciento de los ingresos terminaron en las cajas de Amazon y Alphabet.

Jaron Lanier denomina las plataformas como “Servidores de Sirenas “ –en analogía a las Sirenas de la Odisea– porque atraen con servicios gratuitos y terminan por vincular a la persona atraída eternamente, porque ya nunca más la soltarán de sus garras. Las Sirenas tuvieron éxito en el momento en que un cambio ya no era posible, sea por falta de alternativas, porque un cambio resultaba demasiado costoso o simplemente porque todos usan este o aquel proveedor: Microsoft, Google, Facebook. Gracias al efecto de cautividad en la red, las empresas pronto acaban por obtener una posición de monopolio. Se reservan del derecho de cambiar las reglas del juego en cualquier momento. Experimentos con modelos de pago, cambios en la configuración de la privacidad se producen a diario. En el lado opuesto están aquellos que no tienen influencia en el sistema en su conjunto. Esto son tanto los particulares como muchas empresas que utilizan la infraestructura digital de las grandes plataformas y consorcios tecnológicos.

Unos pocos inversores deciden sobre los desarrollos del futuro. Con vistas al siguiente gran paso en relación con la inteligencia artificial es más que probable que en el futuro próximo cuatro grupos de empresas americanos y cuatro grupos chinos vayan a dominar todo el escenario de la IA. Amazon ha invertido en 2016 13 mil millones, Google 11 mil millones, Ali Baba, el gran consorcio chino, tiene previsto invertir diez mil millones en la investigación de la IA. Se trata de enormes cantidades, pero la lucha de la competencia se decide con estas magnitudes. Para ello es necesario contar con una infraestructura robusta pero también con toneladas de datos, porque sin ellos no es posible desarrollar la IA. La evolución actual del aprendizaje de las máquinas y del aprendizaje profundo está basado en montañas de datos. Y estas empresas las han acumulado.

De hecho, existen críticas contra Google y compañía. Pero muchas veces quedan limitadas a las normas relajadas para la protección de la privacidad, a la venta de datos de los usuarios o la cooperación con la NSA. Pero sabemos poco de su agenda. ¿Cuál es su postura en relación con la política de infraestructuras, con estándares y regulaciones? Tenemos que comprender como se generan las plusvalías en esta nueva economía – especialmente qué y cómo los datos son la clave para estas plusvalías.

 

La lucha por los datos

Todos estos sistemas producen una gran cantidad de datos: 72 horas de material de vídeo se suben cada minuto a YouTube; más de 100 mil millones de fotos se han subido ya a Facebook, y más de 40 mil millones de Apps se han descargado de Apple itunes. Según diferentes estimaciones, se recopilan por persona y día un megabyte o incluso un gigabyte de datos. En los Big Data se trata de un volumen gigantesco de datos en masa no estructurados que se alimentan de una gran cantidad de fuentes descentralizadas y cuyo volumen crece rápidamente. Por medio de la prospección y extracción de datos es posible poner en relación diferentes conjuntos de datos y detectar esquemas hasta la fecha desconocidos. Los modelos de negocio se basan en que las personas proporcionen durante el uso de servicios digitales en Internet sus datos de forma voluntaria – usando un sistema de navegación o una app de salud. Cada vez hay más objetos conectados en red, como smartphones, coches, calefacciones o reproductores de música, que también aportan datos. Pero ¿a quién pertenecen estos datos en el futuro? ¿Se va a regular la gestión de estos datos? ¿Se crearán sistemas robustos que nos protejan de la penetración de toda nuestra sociedad por los consorcios que recopilan datos? ¿O por lo menos harán una contribución para que nos podamos defender contra este comportamiento? También en este contexto queda evidente cuántas preguntas éticas y jurídicas nuevas hay que resolver y cómo la seguridad y protección de los datos se convierten en un problema central para la sociedad.

En los próximos años, por lo tanto, se tratará de nada menos que el establecimiento de un nuevo orden de propiedad de datos. Datos se pueden reproducir de forma discrecional. Si compartimos datos entre nosotros aumenta su valor para nosotros. Pero para poder acceder a ese valor tenemos que organizar el mundo digital de forma diferente que el mundo material. A diferencia de los volúmenes de datos privados y estatales que han acumulado las oligarquías digitales, muchas autoridades públicas y países y que mantienen bajo llave, los volúmenes de datos públicamente disponibles resultan mínimos. Desde 2018 rige en la UE el principio de la portabilidad de datos, que significa que todos los ciudadanos tienen el derecho a reclamar y usar los datos personales que las empresas han recopilado sobre ellos. Esto podría ser el punto de partida para una protección de datos colectiva.

 

¿Un mundo laboral feliz?

El debate sobre el futuro del trabajo no es nuevo, sino aparece en los discursos sociales desde hace muchos años. Y la digitalización es, junto con la globalización o el cambio demográfico, también solo un factor impulsor.

Una serie de desarrollos hacia el trabajo 4.0 ya se pueden detectar de forma clara: El nuevo mundo laboral se caracteriza por las redes. La relación laboral va cambiando para convertirse en una tarea o un encargo laboral. La transparencia global de las competencias y disponibilidades conduce a la “contratación según demanda” (“hiring on demand“). Personas con altísimo nivel de capacitación realizan prestaciones laborales en el marco de proyectos en todo el mundo. La ubicación espacial del prestador de servicios ya no importa. Al mismo tiempo, los trabajos operativos son ejecutados por personal local instruido y a menudo mal pagado. La tendencia hacia “mercados laborales polarizados” aumenta. Esto incluye también una mayor presión para la subcontratación de trabajos rutinarios aún no automatizados en países con salarios bajos. Los servicios digitales se dividen en fragmentos cada vez más pequeños. El papel de la persona en el proceso productivo se va transformando del prestador del rendimiento laboral en supervisor de máquinas y los trabajos rutinarios son ejecutados de forma autónoma por las mismas. Con Big Data existen suficientes datos para todas las áreas. La capacidad para combinarlos e interpretarlos es una capacitación clave para el trabajo digital.

Con la conexión global y flexible de diferentes sistemas de máquinas en redes más allá de los límites de las empresas se produce la desvinculación del trabajo de las empresas. Plataformas online ofrecen ahora también tareas laborales individuales, a veces extremadamente fragmentadas que son ejecutadas por autónomos individuales prácticamente a cambio de un salario por piezas. Las tareas laborales se desglosan de los contextos empresariales. En el lado del capital se produce un desmantelamiento de los márgenes para la autonomía, una agudización del control, intensificación y precarización del trabajo.

Los sindicatos se ven confrontados con el desafío que el derecho vigente, como, p. ej., la protección e higiene en el trabajo, es difícil de captar en el mundo de las plataformas digitales. Pero el trabajo debe someterse a regulación también para trabajadores a través de las plataformas digitales (crowdworker). Habrá que encontrar nuevas formas para la seguridad social y la participación. En la medida en que los sindicatos vayan configurando estos procesos de forma exitosa deciden también qué papel van a jugar como representantes de los intereses colectivos en el trabajo del futuro.

Aunque las consecuencias de la digitalización sean posiblemente muy diferentes de un país a otro y también los efectos reales resulten todavía muy discutidos, está claro que el porcentaje de aquellos cuyo empleo se vea gravemente amenazado por este impulso de automatización es mucho más grande que el de aquellos para los que ofrece nuevas oportunidades. Aunque se vayan generando nuevas oportunidades laborales en otros ámbitos de la sociedad, rara vez son los trabajadores actuales sino más bien nuevas fuerzas de trabajo los que consigan un buen empleo con un cambio estructural. Aquí también vuelve a plantearse la cuestión de las transiciones justas. Muchas personas se verán obligadas a reorientarse, pudiendo hacerlo solo si no tienen que estar luchando constantemente para sobrevivir. Por eso necesitamos también un debate sobre la cobertura existencial como la renta básica.

 

Educación digital

Así que no podemos quedarnos ciegos frente a las innovaciones tecnológicas, pero tampoco conviene imponerse una prohibición de pensar sobre cómo puede desplegarse el potencial social de la tecnología y qué condiciones deben regir para ello. Precisamente partidos políticos progresistas deberían tener menos reservas frente a la tecnología y pensar más sobre su dimensión social: ¿Cómo altera la digitalización nuestro mundo laboral? ¿Cuáles son los factores que hacen una sociedad digital vulnerable? ¿Cómo podemos potenciar una mayor participación a través de la tecnología digital? ¿Cómo podemos convertirnos en ciudadanos emancipados en y con el Internet? ¿Quién determina en el futuro las reglas de juego? ¿A qué fines debe servir la digitalización? ¿A quién conferirá o retirará poder? ¿Cómo se puede aprovecharla para solucionar los grandes desafíos de la humanidad?

Lo que necesitamos urgentemente es, por lo tanto, educación digital. Esto no significa únicamente que tenemos que ser informados de forma más transparente sobre lo que está sucediendo a nivel técnico y social sino también que las personas tienen que recibir la capacitación para participar en la configuración del desarrollo. Para ello necesitamos una mejor formación en el campo digital que potencie también las capacidades generales: ¿Cómo y dónde puedo encontrar las informaciones necesarias? ¿Cómo las evalúo? ¿Cómo puedo protegerme de noticias falsas? ¿Cómo puedo manejar las plataformas sociales? ¿Cómo puedo usar los recursos digitales? ¿Cómo consigo que sea yo quien controle los aparatos y no al revés? Para ello es necesario contar con capacidades fundamentales, como, p. ej., una forma de pensar crítica.

El debate sobre estas cuestiones, por lo tanto, no debe desarrollarse únicamente en los gobiernos y los despachos de los directivos sino tiene que llevarse a las sociedades. Sólo de esta forma podremos diseñar esta revolución digital y evitar que la misma nos domine a nosotros.

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